¿Qué hacen ustedes ante esto?

Hoy fue un día de “aquellos”, donde pasé de la felicidad máxima a la angustia tormentosa de habitar un cuerpo de “mujer” en las calles de una ciudad X en Sudamérica.
Alrededor del mediodía pedí un taxi que me llevara a la terminal de buses para regresar a mi pueblo, pues es común que cuando visito las ciudades me cargo de cosas para llevar de un lado a otro. Llega el taxi y un amigo me ayuda a cargarlo. Entro al taxi, me instalo en el asiento trasero. Saludo al taxista, le sonrío, él me comenta un par de cosas cotidianas, cruzamos unas palabras y entramos en una conversación sobre la situación del país, la colusión de las empresas, la corrupción de los políticos, y el diálogo se hace fluido, pues me apasiono cuando alguien me da la oportunidad de cuestionar este sistema.
El tipo es simpático y sigue hablando. Pasadas varias cuadras de pronto él gira su cabeza en 180º  –mientras conducía– para mirarme las piernas. Yo me incomodo y lo vuelve a hacer unos minutos más tarde, y yo con mi mirada molesta le sigo la suya, enervada, como cuestionando su actuar. El viaje sigue en completo silencio –me angustié y habité lugares de miedo, pues estoy en su auto y en movimiento–. De pronto, el taxista apoya su brazo derecho en el asiento del copiloto y comienza a bajarlo directo hacia donde estaban mis piernas. Me angustio esperando que haga algo más para poder actuar, pero se detiene. Rápidamente, regresa su mirada hacia mis piernas y comienza a bajar la mano directamente hacia ellas. Lo abordo furiosa con insultos: “¿Qué te sucede? ¿Adónde llevas esa mano…?”. Él me responde que estoy loca y que no pasa nada.

 

Necesitaba bajarme del auto, que tenía cargado con unos cuadros en el asiento trasero y que ocupaban más espacio que yo. Le digo que se detenga en la otra cuadra, no lo hace y comienzo a simular un llamado a la policía. Me bajo con mis cosas, angustiada. No sucede nada, no llega a decirme nada, ni a tocarme. Pero me intimidó y me hizo pasar un pésimo momento en el cual me sentí muy vulnerable.

Angustiada y confundida en la calle las preguntas llegaron como golpes: ¿Tuve yo la culpa? ¿Le di yo la confianza para llegar a eso? ¿Ando muy descubierta? Cuestionamientos absurdos y complemente patriarcales que nacen desde mi inconsciente, que nacen desde esta cultura, desde esta educación social que nos hace a las mujeres sentir la culpa y la responsabilidad de los abusos y acosos.

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